Escarbando casi frenéticamente en mis enmohecidos pensamientos, producto de la ociosidad que me ha secado tripas y sesos, me di a la tarea de contar las manchas en el techo (registro pretérito de mosquitos caídos en la nefasta batalla por la supervivencia) entonces, supe que algo andaba mal…


Por decirlo de otra forma, particularmente hoy, estoy harta. Harta de no poder atiborrarme de bombones enchocolatados, no vaya a ser mi úlcera quien termine de comérselos antes que yo y continúe conmigo en su frenesí devastador. Harta del tonito matutino irritante cuya única función es recordarme los treinta pares de ojos que me mirarán fastidiados por haber interrumpido la clase con mi siempre inoportuna impuntualidad; y al mismo tiempo harta de encontrarme en la misma posición seis horas después, poco antes del crepúsculo, entre veintitantos contemporáneos en un esfuerzo sobrehumano por “aprender”, cuando mi único anhelo es abandonarme al pasto y sus tréboles jugosos en increíble y premeditada fuga de mis deberes académicos.


Estoy harta de toparme sus labios mullidos y tener que retroceder. Más harta aún de soñar con el maldito momento en que él habrá de irse, de enamorarse definitivamente -obviamente no de mí- y entonces lo habremos perdido para siempre. Harta de luchar contra la corriente, (si realmente es lo que hago) y harta de coquetear con la idea de sucumbir a la manada.


Harta de llegar al baño para escuchar algún alma en pena vaciar estómago y tripas en el patético excusado. Harta de las bonitas cáscaras ambulantes pletóricas de vanidad y torcido hedonismo que pueden vivir y morir de lo superfluo, pero indispensable de saber y memorizar si queremos alcanzar la felicidad. Harta de los resabios con sabor a petróleo y formol impregnados en la lengua al comer tal o cual cosa, que nada sepa como antes, aunque nadie parezca notarlo. Harta del pesimismo colectivo de todos los pseudo intelectuales que vomitan textos en rojo impregnados de protesta y que su conciencia descanse tranquila por el simple hecho de hacerlo…


… podría continuar mi esbozo apológico del hartazgo, aunque por hoy la catarsis ha servido. No será por mucho (espero). A veces es bueno abusar de un espacio aparentemente inocuo para verter quejas, sugerencias, amenazas -lo que se me ocurra primero- con impresionante insensibilidad… Esto fue algo parecido, premeditadas disculpas y hasta que la nefanda inquietud me vuelva a lacerar.



Por Nathalie Escutia


El discurso de la mentira

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Para vivir en sociedad el ser humanos ha adoptado y adaptado reglas, estilos y formas de vida para desenvolverse e interactuar con sus semejantes, la cuales son impuestas por él mismo. También conocidas como reglas o leyes son respetadas y llevadas a acabo diariamente, para poder vivir en un ambiente pasivo y armónico. Sin embargo existen otras formas implícitas que intervienen en el desarrollo del individuo dentro de la sociedad.


Gracias a la comunicación estas relaciones son realizadas sin ningún problema, pero ¿cómo es que el sujeto logra acoplarse a determinado ambiente? ¿Está siempre de acuerdo con las indistintas formas de pensamiento de los demás? ¿Es sincero al hacer una crítica hacia alguien? Estas preguntas vagas pudiesen no tener relación, de no ser porque en todas participa el sujeto y su ideología sublimada en discurso.


Hemos de encontrarnos que en todas las relaciones sociales existe un discurso que intenta persuadir a una persona o grupo para que comparta un punto de vista específico. Son entonces las categorías lingüísticas y retóricas las que convierten al discurso en la estrategia de sobrevivencia que utilizamos día a día, pero, ¿qué tan cierto resulta ser dicho discurso?


Lamentablemente todo resulta ser una completa mentira. Así es, el individuo utiliza ese discurso como arma para engañar y protegerse de los demás. Si no miente simplemente no se puede desarrollar en la sociedad. Desde el pequeño cumplido: "¡Qué bonito X o Y (objeto) tienes!" Hasta la aceptación de ideas del jefe, al que -por su posición- no se le puede llevar la contraria. Si mentimos constantemente, entonces, ¿dónde queda la verdad? Según Julia Kristeva debemos entender como verdad a todo lo demostrablemente posible. “La verdad no es otra que el lenguaje como dispositivo de desplazamiento, negación y des negación” (Kristeva, Julia. Loca Verdad).


Tenemos pues dos conceptos que al oponerse enriquecen la perspectiva. Por un lado, se encuentra la mentira como la manera de interrelación entre los entes sociales y como el concepto malicioso que no es supuestamente aceptado por la misma sociedad. Y el término de verdad, aquel honorable valor que distingue a los buenos ciudadanos. Estas definiciones sentimentalistas, nos sirven para crear una imagen simbólica en nuestra mente.


Si bien nosotros formamos discursos basados en nuestro rededor conocido como realidad, no tendríamos otra elección más que describir la información que captamos y ésta sería similar para todos los que circundan ésta misma. Sin embargo, esto no sucede, puesto que cada quien con su respectivo pensamiento modifica y altera a su conveniencia lo que en el exterior se encuentra.


Es gracias a todo este proceso que lo real se vuelve simbólico y lo transmitimos como tal, sin percatarnos haber transformado ya, lo que pensamos como realidad. Lo que nos da como consecuencia una mentira, mentira que para nosotros es verdad puesto que en nuestro contexto hace parecer cierto nuestro punto vista.


En un conflicto falsamente verdadero podemos decir que el discurso es la base de toda sociedad, el cual nos sirve para interrelacionarnos, en una realidad neutral, pero a conveniencia de cada quien utilizamos la mentira o la verdad dando como resultado las relaciones sociales que hasta nuestros días han predominado para el control de los individuos.





Por Nancy Herón López


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*En pelotas*¡Clásico!

Publicado por Ahí está el detalle 29 oct 2009 4 comentarios



Claro que el América vs. Chivas es un clásico. Olvidémonos de la pasión y la rivalidad que siente la gente al enfrentarse estos dos equipos. El clásico ahora es clásico porque cada partido es igual, no hay emoción, no hay sentimiento, garra, ni espíritu por parte ninguna de las escuadras.


Ya no son esos tiempos como a finales de los 50’s, cuando inició la rivalidad entre estos equipos. Los jugadores en la actualidad no saben o no entienden la representatividad del clásico para el pueblo mexicano, y sé, talvez a muchos mexicanos no les interesa el futbol, pero también sé que este encuentro es apasionante para todos sus seguidores, y no son poca cosa.


El clásico del pasado domingo 25 de octubre, llevado a cabo en el coloso de Santa Úrsula, contó con más de 90 mil asistentes, quienes pagaron un boleto a muy alto costo para presenciar un partido cualquiera.
En el primer tiempo, las Chivas de Guadalajara estuvieron echadas para atrás, es decir, se dedicaron a contener los ataques del azulcrema, quien a su vez no podía definir nada, aunque hubiera metido el primer gol casi al inicio del encuentro.


En el segundo tiempo, aunque el equipo visitante mejoró su futbol, jamás pudo obtener un tanto; mientras que el equipo de casa, en lugar de seguir atacando no propuso más y se dedicó a defender, sacando a su mejor jugador del partido: Enrique Esqueda.


El héroe fue el arquero de Chivas, Luis Michel, quien impidió se le propinara una goliza a su equipo; por otro lado el villano fue Eduardo Reyna del América, quien no pudo concretar las oportunidades de gol que se le presentaron para liquidar al visitante.


Lo que pudimos observar en el clásico pasado, fue una falta de determinación por parte de los dos equipos, que dejó decepcionados a varios de los aficionados, quienes esperaban un encuentro que resanara la devaluación que ha sufrido en los últimos tiempos…


Es importante recordarles a cada uno de los equipos de qué se trata este encuentro, pues no es cualquier partido, en éste la rivalidad va más allá de la cancha, pero lo sucedido dentro de ésta es lo que determina la pasión que le otorga el titulo de clásico, así es que esperemos ya no sea el ¡clásico! partido del clásico mexicano.



Por Gissel A. Portillo

Necesito mi celular

Publicado por Ahí está el detalle 28 oct 2009 5 comentarios


¿Te ha ocurrido la terrible desgracia de perder tu celular? ¿Sientes que te hace falta una parte de tu cuerpo o de tu alma? ¿Crees que has perdido un elemento importante de tu integridad? Si has contestado afirmativamente estas preguntas, no te preocupes, pues no eres el único que sufre de ese malestar que no tiene razón de ser.

Cuando una persona extravía su teléfono móvil, pierde más que un dispositivo de alta tecnología. Pierde mínimo 50 contactos, 50 fotografías, 50 mensajes de texto, música, radio, temas, tonos, y muchas pero muchas satisfacciones.

Sin embargo, perder un celular no es perder la vida. Se trata sólo de un pedazo de plástico que cuesta tanto como cada persona desee pagar. No es una parte esencial para poder vivir, no es oxígeno, ni agua, ni sangre, es sólo eso, un aparato que nos permite comunicarnos y que hace la vida más fácil.

Lo que lleva a las personas a depender de su celular es la misma sociedad posmoderna, la pregunta: "¿Tienes celular?" se ha convertido en la exclamación "¡Dame tu número de celular!" Es decir, damos por hecho que el otro cuenta con uno de estos aparatos y de no ser así preguntamos: "¡¿No tienes celular?!" como si fuera una obligación de los ciudadanos mexicanos poseer uno.

Más bien se trata de una de esas necesidades creadas, en las que el mismo sistema provoca que cosas tan insignificantes como el teléfono celular pasen a formar parte de las necesidades cotidianas de las personas. Ése es el detalle, dependemos, queramos o no, de todas las facilidades que nos ofrecen los avances tecnológicos y no podemos mantenernos ajenos a ello. Sin embargo, no es estrictamente necesario tener uno siempre, es fácil vivir sin él.

Existen muchas formas de perder el teléfono celular. En el peor de los casos, alguna persona armada puede acercarse y amenazar hasta conseguir ser poseedor de las pertenencias del otro (entre ellas el celular). También puede ser que se extravíe, que se quede olvidado en algún lugar o que simplemente uno no sepa dónde lo dejó. Quizá robo sin violencia, donde el delincuente introduce su mano en el bolsillo de la víctima y saca el teléfono como si se tratara de lo más normal del mundo.

Ése es mi caso: alguien osó tomar mi teléfono del bolsillo de mi chamarra. He perdido esa parte tan importante de mí, pero han pasado ya algunos días y no me ha hecho falta en absoluto un teléfono móvil. No me siento incompleto ni mutilado; eso sí, no tengo contactos, por lo cual agradecería que dejen sus números debajo de este escrito...

Por Omar Said Arrieta Torres

Aún lo recuerdo, mi viejo amigo de sexto de primaria Anuar y yo nos reuníamos en su casa todos los viernes para jugar y molestar al mundo, pero sobre todo para bajar música a través de Internet. Una de las canciones que más reproducíamos en la red era Smells like teen spirit, de Nirvana, un grupo de Seattle.



Esta épica banda de finales de los ochentas y principios de los noventas, definió lo que para muchos es el estilo y la esencia del grunge: género musical que se caracteriza principalmente por letras melancólicas y música agresiva. El estilo musical surgió por la necesidad de los jóvenes de hacerse escuchar en una época donde los divorcios y los hogares disfuncionales se volvieron algo común para la sociedad.

Esta situación se reflejó en las letras y canciones de la banda Nirvana, pues el vocalista del grupo, Kurt Cobain, experimentó en carne propia lo que es pertenecer a la generación del matrimonio y divorcio exprés. Es decir, a la generación X, la que no aspira a nada por que lo ha perdido todo, a aquellos seres que se han quedado sin ideales que seguir porque los extraviaron en el fondo del cajón.

Cobain fue un claro ejemplo de estos sujetos. Su vida y obra reflejan claramente la filosofía e ideología del pesimismo total, pues ¿qué importa una vida de éxito y dinero, si se puede optar por el hastío del mundo y la autodestrucción? ¿Acaso no recuerdan aquella famosa frase de Cobain que decía: “Odio mi ser y deseo morir ( I hate myself, I want to die)”?
Sus deseos pronto se volvieron realidad y a la edad de 27 años murió de un disparo en la cabeza, el 5 de abril de 1994. La versión oficial es que fue un suicidio, pero hasta la fecha hay varias especulaciones sobre un posible asesinato.


Más allá de la posibilidad de homicidio, lo importante es que este hombre fue congruente en todos los sentidos. Las letras de sus canciones frecuentemente abordaban la pusilanimidad del ser humano y denotaban un evidente desprecio por la vida.


Cabe mencionar también cómo la música de Nirvana y las ideas de Cobain sobre la vida sirvieron de influencia para muchas bandas años después, como The Cure, Pearl Jam, The Smashing Pumpkins, The Stone Temple Pilots y Sonic Youth, entre otras.
Por Marco Alonso Sánchez Ledesma

¿Quién es Marco?

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Marco Alonso Sánchez Ledesma

Hace algún tiempo Goethe escribió: "Todos los hombres son como niños, van de un lugar a otro sin saber hacia donde se dirigen". Y eso es lo que define al curro, alguien que aún no sabe por qué, para qué o hacia dónde va. Pero mientras lo descubro, compartiré opiniones e ideas sobre el inhóspito destino hacia el que se dirige el ser humano del siglo XXI...

*OpinARTE* Carta a una amiga...

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Carta a una amiga….

TOC TOC Seguro sigas ahí sin nadie a tu lado, pero firme como un roble

Cómo quejarme, si te tengo a ti, nuevas experiencias, momentos inolvidables, algunas lágrimas de tristeza unas de amor otras de desamor, sorpresas inesperadas por qué no recordar las pequeñas mentiras de las que has sido mi cómplice y de las que sinceramente no me arrepiento. Pero también has sido mi maestra, contigo me he embriago en las risas y algo más.

Olvidado las penas que me han tirado en la cama... ja.

Mi piso no ha sido siempre el más firme y mi camino no el más correcto; más de dos veces me he escondido en las trincheras de mis miedos y tristezas esperando que pase la tormenta para salir.

Y sin embargo, amiga te he encontrado ahí, un rayo de luz que se asomó, y apareciste. No se cómo me encontraste por que muchas veces yo me rehusado a salir.

Has sido mi compañera en los buenos y malos momentos. Si contáramos todas las ocasiones trasnochadoras, sinvergüenzas pero también muy fantásticas que hemos pasado… ja.

Escribiríamos un libro y seria el más vendido de los Best Seller.

Hemos pasado noches frente al televisor o la computadora, detrás de la ventana escuchando el golpeteo de la lluvia y observando cómo cae el granizo y se rompe en el suelo. En muchas ocasiones nuestras fiestas no han sido las más visitadas, pero cuando eso ocurre me doy la vuelta y observo el portarretratos en el que tú y yo fuimos sorprendidos por una sonrisa y el flash nos asustó… Cómo olvidarlo… Ni una gota de maquillaje…ja.

Y que hay del amor…ja el amor… ese termino no existe en mi vida aunque se que es real. Debo confesarte que lo echo de menos…

Y es que tú sabes cómo me ha ido, la ilusión viene en la mano derecha y la desconfianza en la izquierda, pero hay algo que me jala al vacío, a un precipicio en el que la caída es emocionante pero el golpe me ha dejado cicatrices que hoy son una victoria… Cuántas veces te has mordido la lengua y callado lo que pienses para no hacerme sentir mal… Oh amiga que haría sin ti… Sin duda la mejor.

Me conoces bastante bien... Me sorprende tu sabiduría.

Sabes que el viaje de las mariposas en mi estomago en ocasiones no es el correcto, y tampoco son señales que tengo que seguir, sabes el viaje que hago con una sonrisa, el grito desesperado que lanzo al aire esperando que me oigan… Sabes que eso es en silencio, sólo entre tu y yo…

Sabes cómo quitar las bolsas de los ojos cuando amanezco como un mapache, cómo estirar mis labios hacia una sonrisa…

¿Pero sabes? esta vez no recurro a ti para reprocharte el que estés aquí como comúnmente lo vine haciendo durante un tiempo, mi visita es para agradecer tu compañía, tu silencio cuando te obligo a gritar.

Gracias a ti conozco mis límites y alcances, sabes dónde detenerme cuando quiero correr…

Amiga soledad que bueno tenerte aquí.


Por Ana Bertha Pérez Villa

Y para el padre, pura ma...

Publicado por Ahí está el detalle 26 oct 2009 1 comentarios

¡Feliz día de las madres! Son las palabras que utilizo cada año para agradecer el esfuerzo y apoyo por parte de mi progenitora durante tanto tiempo. Sin embargo, no recuerdo haber pronunciado un: ¡feliz día del padre! por un muy largo periodo, simple y sencillamente porque carezco de uno, no porque haya muerto, sino porque nunca estuvo conmigo.


Crecí rodeada de mujeres; mi madre y mi abuela me criaron, mientras mi “padre” se limitó a llegar a casa por las tardes para comer y descansar. De vez en cuando intentaba mantener conversaciones conmigo, pero resultaba inútil para ambos, pues éramos dos desconocidos en una misma habitación tratando de charlar sobre las cosas más banales del mundo, y ni así conseguíamos entablar una plática.


Un día dejó de venir y no me percaté de su ausencia. ¿Qué tan importante fue para mí su papel como padre? Simplemente fue inexistente. Aun cuando sabía que estaba ahí, jamás lo felicité por nada; su día nunca existió para mí, al igual que él. ¿Es necesario entonces contar con la figura paterna en el seno de la familia? Contar con alguien que tenga aprecio hacia ti es suficiente para seguir adelante, no se necesita una conexión sanguínea para sentirte parte de algo. Si no tienes padre puedes continuar tu vida.


Además de no tener que escuchar excusas por falta de tiempo para uno, o bien, de dar explicaciones por nuestras acciones, la ausencia del padre es gratificante cuando su existencia se había llegado a convertir en una carga pesada, al grado de inmiscuirse en nuestra vida social y/o escolar.


A pesar de que mi madre intenta persuadirme de visitar a ese hombre algún día, yo me defiendo diciéndole que no me es necesario verlo ya que no tengo el menor interés de encontrarme cara a cara con un extraño. Es más valioso lo que me pueda decir un amigo que las palabras que puedieran salir de la boca de algún individuo fantasma.


He aprendido varias cosas sobre la vida gracias al apoyo de las personas a mi alrededor, aquellas que a pesar de no tener lazos sanguíneos, las considero mi familia, ya que se preocupan por lo que me pueda llegar a suceder. Incluso sin esa persona, hoy en día curso el quinto semestre de la carrera de Ciencias de la Comunicación, tengo una vida feliz, amigos y deseos por cumplir. Cuando se fue, dejó la libertad de decidir sobre lo que quiero.


El día que él se marchó, yo comencé a vivir.


Por Lizbeth Alcibar Vázquez

Manuscrito hallado junto a un asqueroso cadáver


El mundo es una mierda, lo digo siempre, ya me cansé de decirlo. Estoy harto, ya no puedo soportarlo. ¡Que mil malos rayos partan a quien corrompió al hombre! Ya no hay dolor en el mundo que no haya atacado a mi mal aventurado corazón. Me duele todo. Me duele el alma. Me duele ver que ya no hay amor ni compasión, que no hay hermandad ni equidad. Sólo queda la más nefasta podredumbre, la obra de los corazones ciegos y avaros que se adueñaron de nuestro mundo para bañarse con oro, un mundo que alteraron y en el que ya ni siquiera me encuentro.

Lo peor de todo es que si existo o no, al mundo en nada afecta, pues sólo soy uno más de la masa. Ya no importa ser, sino parecer. Por eso estoy herido, ésa es la fuente de la que brotan las amarguras que humedecen mis entrañas como ríos de hiel... Es sólo que no tengo nada si no la tengo a ella, la dama de mis sueños, la rosa que nunca podré cuidar, y es que soy feo y jamás me corresponderá.

Estoy harto de la televisión, las revistas y las modas. Estoy harto de los malditos estereotipos, de la manera en que se nos dicta qué es lo bello e importante de las personas. Estoy harto de valer por lo que tengo, por cómo me veo y no por lo que soy ni por lo que llevo dentro. El sistema ha vuelto ciega a la gente, la ha vuelto material y consumista, han creado un mundo en el que simplemente no encajo.

Le debo a Barbie y a Ken que mi joroba no sea “estética”, que mis ojos sangrantes no puedan verse como lagos llenos con elixir de amor, sino como focos infecciosos de peste y enfermedad. ¿Por qué no inventan los diseñadores un sombrero que vuelva “fashion” el globito en mi cabeza o -como lo llaman los médicos- mi “horrenda protuberancia craneal”?

¿Por qué no pone Hollywood (o ya mínimo el Canal de las estrellas) en alguna de sus producciones a un héroe un poco más parecido a mí, con los pies deformes y las manos raquíticas, de huesos chuecos, con un ojo más grande que el otro y pocos mechones de cabello? Quizá si lo peinaran con gel… Deberían volverlo un cazador que diga muchas groserías, que sea un mercenario de esos que disparan balas infinitas, trepan helicópteros, causan explosiones y se ligan mujerzuelas. Que aparezca fumando Delicados y bebiendo Tonayán, no le tema a burlas ni prejuicios, qué sé yo... Sólo pido algo nuevo. Pido que a los que son como yo no se les ponga como al monstruo chupasangre devorador de cerebros, o como al extraterrestre devora niños que asesina gente sin control. Vaya, que no sean el malo que se muere al final y nunca obtiene a la chica.

Quizá con un buen cambio las cosas serían más fáciles para nosotros, los antiestéticos, pero eso es pedir demasiado. Si tan sólo no hubiera estereotipos, o al menos cambiaran, la vida sería un poco más divertida para nosotros los “mutantes”. Por desgracia, la cosa no es así. No existen ni los genios ni los magos, sólo existe el dinero. Y yo me veo forzado a vivir por siempre vedado del amor de mi chica soñada. Los malditos moldes de belleza sólo han vuelto horrenda nuestra vida, si vives como un monstruo te conviertes en uno. ¿Acaso no es miseria vivir siempre encerrado con llave, sin sentir otro calor que el de la luz de tus velas, mirando el mundo por un remedo de ventana y enamorado de una flor, de un suspiro al que no te puedes acercar por temor a escucharla gritar ante tu desagradable presencia? ¡¿Acaso no es eso miseria?!

Sólo quisiera que miraras dentro de mí, que pudieras ver mis ojos más allá de la sucia sangre que los empaña, que sintieras mi mirada y pudieras ver que dentro hay algo que ninguna expresión humana podría decir. Sólo quiero que comprendas a mi malcarado corazón. Pido algo descabellado, pues como feúcho no puedo cambiar el mundo:

Bella señorita de diáfano sonreír, déle al corazón de un feo la oportunidad de latir. Mírame por dentro, mira lo que soy, que si bien soy poco, entero soy para vos. No me hieras con su indiferencia, no me hieras con su amistad; si quieres herirme toma de la mano mi corazón, llénalo con momentos de alegría, dicha y pasión, y llegado el tiempo, húndelo en un mar de dolor. Haz que del recuerdo de ese amor no quede nada, sólo lágrimas de sangre y el fantasma de tu mirada, para que poco a poco se muera mi alma… Sin embargo, estas son palabras que ignorarás. Lástima que sea utopía que por mí cambiaras a tu amor actual. Lástima que tus ojos nunca me van a mirar, aunque por ti peleara contra viento, fuego y mar. Y moriré sin compartir contigo una noche de luna y estrellas, sin ver tu sonrisa, ni sentir que me besas, pues sé que pido un sueño, puesto que soy muy feo y vacío por dentro, y quizá, sólo cuando esté muerto, deje de soñar contigo, dormido y despierto.


Por M.P. Buendía

Detallando...

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La curiosidad es lo que define este espacio. Descubrir anécdotas. Analizar particularidades. Escribir sobre lo considerado pormenor. Estudiar ciertos fragmentos de la vida cotidiana. Reflexionar sobre gestos y rasgos sociales y manifestar opiniones fundamentadas. Porque siempre valdrá la pena rebuscar en lo dado por hecho o en lo pasado por alto y, sin querer, nos resulta fascinante. Por eso Ahí está el detalle... para abarcar cualquier acepción del término y aterrizarla en nuestro día a día mediante textos que sirvan para espiar nuestra realidad e intercambiar miradas cómplices...




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