M-A-S-O-Q-U-I-S-T-A (o de las vocecillas perversas en el oido)

Publicado por Ahí está el detalle 5 nov 2009

En alguna butaca perdida entre lo más hondo de la oscuridad, una silueta se arquea convulsivamente en plena agonía por la tortura audiovisual (tú, por supuesto). Sabes que te retuerces cual gusano salado con una película como esa y aún así, entraste.

Aquel pequeño pastelillo malévolo te hizo ojitos nuevamente, no ignoras que detona poderosas y molestas burbujas en tu maltrecho intestino (en el mejor de los casos, si es que no terminas acampando en el bien habido tocador) y aún así, te lo comiste.

Te consta que la mosca merodeando los cabellos de tu amor platónico significa mucho más para él/ella que tú; jamás te va a hacer caso, y menos con aquella mirada de loco peligroso taladrándole la espalda cuando pasa junto a ti. Y aún así, ahí estás: el eterno acosador babeante. La lista sigue y sigue.

He aquí una faceta interesante del ser humano. Todas aquellas conductas inexplicables, ridículas y contrarias a la ley natural de la supervivencia responden a un solo y macabro término: MASOQUISMO. La Real Academia de la Lengua Española lo define como: “Perversión sexual de quien goza con verse humillado o maltratado por otra persona” (esperemos no sea el caso más común), o…“Cualquier otra complacencia en sentirse maltratado o humillado”.

Extrapolemos: es imposible encontrar una persona que no posea al menos una actitud como ésas representando su potencial perdición. Es atribuible a la compleja deformación puramente humana el llegar a proceder en contra de bienestar físico y/o mental, ya que, con excepción de contadas especies como los Lemmings –quienes se vuelcan al vacío por hordas en masivo y nada recomendable control poblacional- no está en el orden natural de las cosas el atentar contra uno mismo. Pero ¿por qué se da esto? ¿Ociosidad? ¿Falta de sentido existencial? ¿Depresión? Quizá.

Una mera hipótesis: es factura inevitable de algún hedonismo retorcido, la resaca de la orgía en busca de lo inverosímil. Entre más difícil, más nos relamemos con premeditada malicia. El principio y el fin de la civilización tal como la conocemos. Obnubilados por un malsano enamoramiento, cual Cyrano de Bergerac, de lo más imposible. Sufrimos y gozamos con la fantasía. Lo sabemos y aún así, la idolatramos.

Ahora bien, ¿deberé explayarme en inevitable censura moralina acerca de lo maligno de este masoquismo inherente al ser humano? Por desgracia, no. He rezado hasta el cansancio que todos necesitamos un vicio, pero no por eso dejo de creerlo completamente cierto. Todas esas vetas de sabor culpable, todas las texturas deliciosas, afelpadas y acariciables casi siempre reprimidas, dan vida y consistencia al maniqueísmo que nos gobierna. Uno no puede negar la excitación fuera de toda mesura que nos produce ese pequeño momento de rebeldía, de primitiva autocomplacencia incluso a costa nuestra.

Nos exponemos al eterno remordimiento, a la reprobación social, a la vergüenza, a las burdas habladurías, a que mamá nos reproche la elaboradísima educación que costó lágrimas, sudor, sangre, pus y que hoy parece vana… ¿pero y qué? Si el daño es pequeño, discreto e individual, no tiene por qué ser malo, por mucho que se repruebe. Porque ¿quién conoce realmente las necesidades del ser humano? Todos necesitamos evadirnos, regalarnos un momento de perversa diversión… si no podemos, ¿cómo pueden esperarnos cuerdos e íntegros en un mundo como este?


Por Nathalie Escutia López

3 comentarios

  1. Ariana S. Says:
  2. Me gusta la estructura de tu texto, sin embargo no me quedo del todo clara tu postura, considero que falto màs opinion acerca del tema. Bien.

     
  3. Unknown Says:
  4. Es interesante que hables sobre los detalles que pasan desapercibidos.
    Haces buen uso de la retórica, aunque me perdí un poco en el penúltimo párrafo, en especial en las primeras cuatro líneas.

     
  5. Unknown Says:
  6. La del comentario anterior soy yo:
    Denise

     

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