La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, al igual que cualquier ley, se hizo para venderse y corromperse. Al ser administrada por el Estado se convirtió en una prostituta que ofrece sus servicios al mejor postor.
Hay que ser realistas, en la época de la compra-venta, todo se vuelve una mercancía, un bien o un servicio. La Constitución no escapa a dicho principio pues es explotada por el Estado para satisfacer los gustos y placeres de unos cuantos hombres privilegiados.
Con las últimas reformas hechas a la ley mexicana por el aparato de gobierno, se ha beneficiado a algunos sectores de la sociedad para que sigan aumentando su poder capital y, así, puedan seguir disfrutando de las caricias y cobijo de una meretriz en la oscuridad de la noche.
Mientras tanto, el pueblo, la sociedad o los ciudadanos en general, no gozan de los mismos servicios que la Constitución ofrece a los hombres con dinero porque el poder económico determina la cantidad de bienes y servicios que las personas pueden disfrutar en la actualidad. La población no puede pagar las altas tarifas que la ley impone para su cumplimiento.
Resulta muy evidente que en la práctica la Constitución no cumple muchas de las garantías humanas que sus páginas contienen. Por ejemplo, ¿quién no recuerda la masacre de Acteal en Chiapas o la represión de la huelga de 1968 y 2000, las agresiones en Atenco o la violencia en Oaxaca? Tan sólo hay que ser ciudadano de un país como México para percibir las mentiras y falacias que las líneas de nuestra máxima carta contiene.
¿Acaso no es el pueblo de México víctima de delincuentes de cuello blanco, llamados burócratas, que no hacen más que acrecentar sus arcas a costa del esfuerzo de la sociedad en general? ¿No andan libres por las calles, y con los mejores honores, aquellos que han endeudado y empobrecido a más de 50 millones de mexicanos? ¿No es acaso una falacia que las personas encargadas de hacer valer la ley sean los mismos que la utilizan para satisfacer sus propias pasiones y deseos?
Hay que ser realistas, en la época de la compra-venta, todo se vuelve una mercancía, un bien o un servicio. La Constitución no escapa a dicho principio pues es explotada por el Estado para satisfacer los gustos y placeres de unos cuantos hombres privilegiados.
Con las últimas reformas hechas a la ley mexicana por el aparato de gobierno, se ha beneficiado a algunos sectores de la sociedad para que sigan aumentando su poder capital y, así, puedan seguir disfrutando de las caricias y cobijo de una meretriz en la oscuridad de la noche.
Mientras tanto, el pueblo, la sociedad o los ciudadanos en general, no gozan de los mismos servicios que la Constitución ofrece a los hombres con dinero porque el poder económico determina la cantidad de bienes y servicios que las personas pueden disfrutar en la actualidad. La población no puede pagar las altas tarifas que la ley impone para su cumplimiento.
Resulta muy evidente que en la práctica la Constitución no cumple muchas de las garantías humanas que sus páginas contienen. Por ejemplo, ¿quién no recuerda la masacre de Acteal en Chiapas o la represión de la huelga de 1968 y 2000, las agresiones en Atenco o la violencia en Oaxaca? Tan sólo hay que ser ciudadano de un país como México para percibir las mentiras y falacias que las líneas de nuestra máxima carta contiene.
¿Acaso no es el pueblo de México víctima de delincuentes de cuello blanco, llamados burócratas, que no hacen más que acrecentar sus arcas a costa del esfuerzo de la sociedad en general? ¿No andan libres por las calles, y con los mejores honores, aquellos que han endeudado y empobrecido a más de 50 millones de mexicanos? ¿No es acaso una falacia que las personas encargadas de hacer valer la ley sean los mismos que la utilizan para satisfacer sus propias pasiones y deseos?
Por Marco Alonso Sánchez Ledesma
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